El Congreso Nacional sumó una semana más sin sesionar, en esta ocasión se desconocen las causas por la que no se ha convocado a los diputados que tienen una enorme mora legislativa producto de la errática conducción del considerado peor congreso de la historia.
No hay explicaciones oficiales, no hay convocatorias, no hay voluntad aparente de cumplir con el mandato constitucional que exige legislar en favor del pueblo.
Este vacío institucional no es nuevo, pero se agrava con cada día que pasa sin que los diputados se presenten a trabajar.
La falta de sesiones no solo retrasa la aprobación de leyes urgentes, sino que también refleja una crisis profunda en la conducción política del país. Muchos sectores ya califican a este como el peor Congreso de la historia, y no por capricho, sino por el abandono sistemático de sus funciones.
La errática dirección del Legislativo ha convertido el hemiciclo en un escenario de parálisis, donde los intereses partidarios y personales parecen pesar más que las necesidades de la nación.
Mientras tanto, reformas clave, presupuestos, nombramientos y proyectos de ley siguen acumulando polvo en los escritorios.
La democracia no se sostiene con discursos vacíos ni con ausencias prolongadas. Se construye con responsabilidad, transparencia y trabajo constante. Y hoy, el Congreso Nacional está fallando en cada uno de esos pilares.
La ciudadanía merece respuestas. Merece representantes que legislen, no que desaparezcan. Merece un Congreso que funcione, no uno que se esconda.
