La violencia familiar alcanzó un nuevo y estremecedor nivel este viernes en la colonia El Carmen, en una zona montañosa del departamento de El Paraíso. Tres miembros de una misma familia fueron brutalmente asesinados, presuntamente a manos de un pariente cercano.

Las víctimas fueron identificadas como Santos Mario Zelaya, Verónica Rodríguez Alvarenga y el pequeño Jeffy Mateo Zelaya Ramos, de apenas cinco años.
Según reportes preliminares de la Policía Nacional, el principal sospechoso del crimen es Joel Alexander Zelaya, hijo de la pareja asesinada y tío del menor, quien fue detenido minutos después del hecho.
Un crimen que sacude la conciencia nacional
El triple asesinato ha conmocionado a la comunidad y al país entero, no solo por la brutalidad del acto, sino por el vínculo familiar entre el agresor y las víctimas. Este caso se suma a una preocupante ola de violencia intrafamiliar que ha ido en aumento en Honduras, un fenómeno muchas veces invisibilizado por la narrativa centrada en el crimen organizado.
Con este hecho, Honduras suma ya 24 masacres en lo que va del año, una cifra alarmante que refleja el fracaso de las políticas de seguridad y prevención del delito.
¿Dónde está el Estado cuando la violencia nace en casa?
Este crimen plantea preguntas urgentes sobre la salud mental, la prevención de la violencia doméstica y la capacidad del Estado para intervenir antes de que ocurran tragedias. En un país donde el enfoque de seguridad se ha centrado casi exclusivamente en el combate al narcotráfico y las maras, los conflictos familiares —que muchas veces escalan hasta el homicidio— siguen sin recibir la atención necesaria.
Además, la falta de acceso a servicios de salud mental, la normalización de la violencia en el hogar y la impunidad son factores que alimentan este tipo de tragedias. ¿Cuántos casos más deben ocurrir para que se entienda que la violencia no solo se combate con militares en las calles, sino también con psicólogos en las comunidades?
El asesinato de Santos, Verónica y el pequeño Jeffy no puede quedar como una estadística más. Es un llamado urgente a repensar las estrategias de seguridad, a fortalecer los sistemas de protección familiar y a invertir en salud mental. Porque mientras el Estado siga ignorando las raíces de la violencia, las masacres seguirán ocurriendo… incluso dentro del hogar.