Hondumedios

Los pichingos del poder

Les compartimos el interesante artículo del caricaturista Allan MacDonald  ante las últimos ataques a Doumont

A Douglas Montes de Oca, DOUMONT, lo conocí en las lejanías de un diciembre frío de 1982.

Apenas suspiraban las luces de un árbol navideño arrinconado en la entrada de la recepción del diario Tiempo. En ese momento era vigilado en los cuatros costados por las fuerzas militares que querían acabar con ese periódico.

Mi padre había hecho la cita con él, y me recibió. Fui solo a mis 11 años, porque mi padre decía que, “el destino se traza en solitario”.

Me recibió en su alucinante oficina, saturada de imágenes de caricatura a colores por todas las paredes, no había un tan solo espacio sin estar un dibujo y portadas de revistas, poster y todo ese universo en que él vivía.

Doumont entonces era un hombre ya curtido en las batallas, que desde los años 70´s se había labrado a pulso, dibujando desde las dictaduras militares hasta los rateros alcaldes de San Pedro Sula, pasando por el presidente de ese momento: Roberto Suazo Córdoba, que ya había sido designado por las fuerzas oscuras del poder verde olivo.

Le mostré mis incipientes dibujos manchados en un cuaderno escolar, los vio y me dio un par de consejos, y nos despedimos.

El maestro Doumont siguió con su lápiz, buscando las líneas que le dieran vida a un hombre que se había hecho leyenda entre el terror y la censura. Un hombre firme que se planteaba una caricatura diaria desde 1970.

No lo volví a ver, hasta 5 años después; yo tenía 16 y había ingresado a diario la Prensa de aquel 1987, tomábamos un café en la mañana y otro en las tardes, siempre le escuchaba cada consejo del maestro, pero lo que más me estremecía era que nunca tenía miedo, porque en esos años la ley del revólver era manejada directamente por el batallón 3-16, el DNI, y todas las brigadas de vigilancia que había montada la Doctrina de Seguridad Nacional contra las voces disidentes, y los caricaturistas estaban en la mira como objetivo principal para controlar la prensa.

Rowi, el brillante caricaturista de La Prensa, había sobrevivido a un par de bombas que estallaron en su oficina, colocadas por el grupo Cinchonero, Roberto Ruiz había sido encarcelado, Dagoberto Posadas había sido torturado y desaparecido por obra y gracia de Gustavo Álvarez y Doumunt había resistido con perfil totalmente alejado de las luces públicas.

Banegas ya había sido sentenciado a balazos por el ejército en Tegucigalpa. Napoleón Ham se mantenía alejado y manejaba con destreza el humor para no chocar contra el poder, Sergio Chiuz, se había refugiado en el anonimato porque el ultimátum ya estaba dado por órdenes superiores, Marlon Bey bajó el perfil y publicaba su trabajo con fineza de opiniones deliberadas. Raviber, el Dr. Villeda Bermúdez, ya conocía el asilo y su caricatura nunca se dobló.

Eran ellos los caricaturistas de la época. Y nos enfrentamos al poder de las armas directamente, y no a los Twitter cobardes de ahora.

Así que monstruos más grandes pasaron por nuestras páginas, porque la caricatura siempre ha jugado un papel crucial en la historia de la comunicación y la expresión social.

La caricatura es una declaración de libertad, frente al status quo, trazando la libertad de pensamiento en este país.

La caricatura es la imagen constante para transmitir verdades incómodas. Es la ventana a la psicología colectiva, que nos revela las neurosis sociales con una precisión dialéctica que desafía al poder. Es fundamental frente a los excesos de los políticos y gobernantes, comunicando ideas poderosas a través de imágenes visuales. Planteando el debate y provocando la deliberación. En tiempos de censura y represión, las caricaturas han ofrecido una vía para la resistencia y la expresión del descontento.

Doumont ha sido la más templada expresión para doblegar estos especímenes del poder: fue él quien denunció directamente a los militares en el crimen de Riccy Mabel, fue él quien abrió el debate para eliminar la jefatura de las Fuerzas Armadas, fue él quien denunció las erradas políticas del expresidente Carlos Roberto Reina, y este públicamente lo declaró enemigo de la “Revolución Moral”.

Los lápices han hurgado las oscuras alcantarillas de la política nacional. Pero las nuevas generaciones, arrastrados de la bisutería ideológica, con bramidos millennial, que solo consumen memes y escoria digital, fabricada en redes sociales, no entenderán nada de esto.

Actualmente, otros caricaturistas, jóvenes y empoderados del ejemplo Doumont, han emprendido el camino como: Chávez y Garabatos, que a temprana edad ya le pusieron precio a su cabeza, en este salvaje paisaje.

Así es este oficio: hermoso por la historia diaria que dibujamos, y odiada por los enemigos, que quieren ver dibujada la historia que ellos ambicionan.

Hoy, Doumont, amenazado y lapidado en la plaza del estercolero demagogo, por funcionarios que en pleno Golpe de Estado tenían 10 años de edad, y hoy quieren borrar la historia de este hombre con un Twitter.

Doumont sigue de pie, nunca se ha rendido ni en los momentos más oscuros de este país, que a fuerza de lápiz se fue aclarando en las nuevas luces de este siglo, donde el hombre ya ha toreado a 3 juntas militares, 10 presidentes, 2 dictadores y más de 9 millones de individuos que aún creen que es divertido hacer “pichingos que dan risa”.

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