La política hondureña ha vuelto a girar en torno a una cifra. Esta vez, una encuesta publicada por el partido Libre y realizada por Tresearch Internacional proclama una “aplastante victoria” de Rixi Moncada, en las próximas elecciones generales del 30 de noviembre.

El titular es contundente, pero la metodología detrás del estudio exige una reflexión más profunda. ¿Estamos ante una expresión legítima del sentir ciudadano o frente a una narrativa construida para consolidar una imagen de triunfo anticipado?
Sin embargo, más allá del impacto mediático, el estudio merece una lectura crítica que cuestione su representatividad, metodología y utilidad como herramienta de medición democrática.
Tamaño y Representatividad: ¿Puede 1,200 hablar por 10 millones?
En democracia, las encuestas son herramientas valiosas, pero también frágiles. Su poder reside en la confianza pública que generan, y esa confianza depende de la transparencia, la representatividad y la rigurosidad técnica.
En este caso, el estudio se basa en una muestra de 1,200 personas con acceso a internet, en un país de más de 10 millones de habitantes. Aunque se afirma que se alcanza a “más de 4 de cada 5 personas”, esta cifra se refiere al potencial de acceso, no a una participación efectiva ni equitativa.
La exclusión de sectores sin conectividad —rurales, empobrecidos, marginados— es una omisión estructural que distorsiona cualquier lectura nacional.
La metodología utilizada, aunque sofisticada en términos estadísticos, se basa en una muestra autoseleccionada (Self-Selected Sample), lo que significa que los participantes decidieron voluntariamente formar parte del estudio.
No hubo verificación presencial, ni incentivos, ni control sobre el entorno de respuesta. En otras palabras, no se puede garantizar quién respondió ni bajo qué condiciones.

La ponderación posterior intenta corregir estos sesgos, pero se apoya en datos censales de 2015 y votaciones anteriores, lo que limita su capacidad para capturar dinámicas actuales.
Más preocupante aún es el uso político de los resultados. Publicada en redes sociales y canales oficiales, la encuesta se convierte en una herramienta de posicionamiento, no de análisis.
Libre presenta a Rixi como favorita indiscutible, sin matices ni contrapesos. En un contexto de polarización, este tipo de comunicación puede distorsionar el debate público y generar falsas expectativas. La ciudadanía merece información clara, no simulacros estadísticos que refuercen narrativas partidistas.
Es cierto que el estudio cumple con códigos internacionales como ESOMAR y AAPOR, pero eso no garantiza validez científica ni neutralidad política. La transparencia metodológica no sustituye la representatividad real. Y aunque se advierte que ningún organismo público avala los resultados, el impacto mediático ya está hecho.
En tiempos donde la confianza institucional está en juego, es urgente que los estudios de opinión se presenten con honestidad y se interpreten con cautela.
La democracia no se mide por algoritmos ni por clicks, sino por participación real, pluralidad y transparencia. Las encuestas deben ser espejos, no vitrinas. Y los partidos, si aspiran a gobernar con legitimidad, deben respetar la inteligencia ciudadana, no manipularla.
La “victoria aplastante” de Rixi puede ser una señal, pero no una certeza. El verdadero veredicto lo dará el pueblo, no una muestra autoseleccionada. Y ese veredicto exige condiciones de equidad, información y libertad. Lo demás, es ruido.