Honduras vive nuevamente un proceso electoral marcado por tensiones, acusaciones y confrontaciones que parecen repetirse sin importar el escenario.
Opinión: por el especialista en seguridad, Juan Carlos Degrandez
Como ya es costumbre en nuestros procesos democráticos, mientras un candidato avanza con claridad hacia la victoria, otros sectores denuncian fraude y manipulación, aun cuando las tendencias y la participación ciudadana son evidentes.
Esta reacción se ha convertido casi en una constante nacional: gane quien gane, siempre habrá un sector que cuestiona el resultado, y esa incapacidad de aceptar la voluntad popular sigue debilitando la confianza en nuestras instituciones.
En medio de este escenario, uno de los elementos más comentados ha sido el desempeño del Partido Libertad y Refundación, que llegó al poder con grandes expectativas y con un control significativo del aparato estatal.
Durante su gestión manejaron la Policía Nacional, las Fuerzas Armadas, las instituciones públicas, los presupuestos de la República y una estructura política que debía consolidar su fuerza electoral. Sin embargo, la realidad mostró lo contrario: su votación fue baja, muy por debajo de lo que esperaban sus propios simpatizantes.
Para muchos hondureños, este resultado refleja una ruptura entre lo prometido y lo cumplido, y una base electoral que simplemente no encontró razones suficientes para renovar su apoyo.
Hoy, desde ese mismo partido, surgen acusaciones de fraude, pero la contradicción es evidente para la ciudadanía: ¿cómo es posible que quienes controlaban todos los resortes del Estado ahora aseguren que fueron víctimas de manipulación electoral? La percepción generalizada es que hubo un desgaste profundo y un desencanto real, y las urnas simplemente lo reflejaron.
Otro elemento que ha marcado este proceso es la situación interna del Partido Liberal. Un candidato que muchos consideran ajeno a la doctrina histórica del partido logró posicionarse aprovechando su estructura y su base territorial. Sin embargo, su ascenso no ha estado libre de conflictos.
Diversas voces dentro del liberalismo señalan que la influencia de su esposa ha generado tensiones internas, pues se ha percibido que ha intentado manejar contactos, financiamiento y alianzas políticas a espaldas de la dirigencia tradicional, impulsada por ambiciones personales que van más allá de la carrera presidencial de su esposo.
Su aparente interés por controlar el Congreso Nacional ha generado resistencias y cuestionamientos que dañan aún más la ya golpeada institucionalidad partidaria.
El proceso electoral también dejó un sabor amargo en la ciudadanía debido al papel de la empresa Grupo ASD, responsable del manejo tecnológico y la transmisión de resultados. Fallas, retrasos, inconsistencias y falta de claridad generaron desconfianza en un momento en el que Honduras, más que nunca, necesitaba transparencia y eficiencia.
En lugar de ofrecer certeza, el sistema tecnológico volvió a abrir espacios para dudas y cuestionamientos, reforzando la sensación de que el país sigue atrapado en la improvisación y la falta de profesionalismo, incluso en funciones tan esenciales como un proceso electoral.
A pesar de todo este panorama complejo, Honduras debe seguir adelante. Una vez que la autoridad electoral proclame oficialmente al nuevo Presidente de la República, lo que corresponde es que el país cierre este capítulo con madurez y se enfoque en construir los próximos cuatro años con visión de desarrollo, crecimiento e identidad nacional.
No más corrupción, no más violencia, no más conflictos artificiales que frenan el progreso de nuestra gente. Nuestro país merece estabilidad y rumbo. El Salvador, nuestro vecino, ha demostrado que sí es posible romper ciclos de inseguridad y deterioro institucional cuando hay voluntad, liderazgo y determinación. Honduras no tiene por qué resignarse a la mediocridad.
El nuevo presidente tendrá un reto histórico: escoger a los mejores ciudadanos para acompañar su visión de país. No se trata de compromisos políticos ni de cuotas partidarias; se trata de seleccionar a personas con patriotismo auténtico, capacidad técnica, formación sólida y un verdadero deseo de servir.
El pueblo hondureño es noble y trabajador, y merece un gobierno a la altura de su dignidad. La patria necesita líderes que unan, que inspiren, que protejan y que construyan. Honduras tiene la oportunidad de levantarse, aprender de sus errores y avanzar hacia un futuro de esperanza y orden.
Este debe ser el momento en que todos, sin distinción, decidamos trabajar juntos para dar a nuestra nación la Honduras que siempre hemos soñado.
Dios bendiga a Honduras


